Congregaciones religiosas

 

MISIONERAS DE LA PROVIDENCIA 

HISTORIA

La historia de nuestra Congregación de Misioneras de la Providencia es la historia de una pequeña semilla.
Dios, el buen Sembrador, puso un día en el corazón de D. Joaquín Alonso Hernández, nuestro Fundador, un deseo grande de amor, de ayuda, de acogida y comprensión hacia todas las personas necesitadas, sobre todo, niños y jóvenes. Él, como Capellán de la prisión de Salamanca durante algunos años, escuchó por boca de muchos presos, sus tristes y duras historias; historias de una infancia infeliz, sin cariño, sin comprensión, sin educación. Quizá nadie les dijo nunca que tenían un Padre que les amaba por encima de todo. quizá nadie caminó a su lado, nadie escuchó sus problemas y por eso cayeron en un pozo sin fondo.

El Padre Joaquín vio ahí la necesidad de la educación en unos valores humanos, cristianos y religiosos. Dios se sirve de todas las circunstancias vividas para sembrar en su corazón una nueva inquietud: extender el mensaje del Amor y la Providencia de Dios Padre a este mundo tan necesitado de esperanza. Proclamar con la vida que «el secreto de la felicidad es la confianza en Dios».

Así nació esta Congregación, un dos de febrero de 1953.

Su nombre: Misioneras de la Providencia.
Su lema: «Vivir de Dios para darse a los demás».
Su carisma: La confianza ilimitada en el amor y Providencia de Dios.
Centro y Guía de la Congregación: La Santísima Virgen.

El apostolado de las Misioneras de la Providencia es tan amplio como amplia y universal es la caridad: enseñanza, residencias,misiones, labor pastoral en Parroquias…

Las Hermanas Misioneras de la Providencia, siguiendo el testimonio de nuestro Fundador, queremos continuar siendo en este tiempo mensajeras de la Providencia de Dios.

** NUESTRO FUNDADOR

JOAQUÍN ALONSO HERNÁNDEZ (1905-1966)

UN SEMBRADOR DE ESPERANZA

La profunda sensibilidad humana que anidaba en el corazón de este hombre generoso, bueno y servicial, le llevó a entregarse sin medida por el bien de todos los hombres que con él vivieron. Fueron los jóvenes y los más necesitados en bienes materiales, o en riquezas morales y espirituales, los que más llamaron a las puertas de su corazón. Era para los demás un modelo de servicio, un reclamo de virtud, una fuente de consuelo y de luz, al más puro estilo evangélico.

Su sacerdocio impregnó toda su vida de forma desbordante. Comprendió que el apostolado mejor

era iluminar la conciencia de los hombres, pobres o ricos, niños o mayores, trabajadores de cualquier oficio. Y se entregó a la tarea desprovisto del más mínimo interés personal.
Sereno, paciente, piadoso, amante del recogimiento, de la mortificación, que practicaba en las cosas más pequeñas, supo unir la delicadeza y la energía, la exigencia y la comprensión.

Su capacidad intelectual era enorme: facilidad de ideas, fina intuición, dotes de observación, gran sentido práctico, amplia cultura. Pero su fuerza espiritual era mayor. Ella era la que alimentaba la llama de su sensibilidad apostólica, su amor a las almas y su necesidad de intimidad con Dios.

Fue su confianza en la Providencia lo que más resaltó en su vida apostólica y educadora. Y culminación de su apostolado sacerdotal fue la Congregación de las “Misioneras de la Providencia”, que fue organizando poco a poco para que continuaran sus afanes de mensajero. Esa fue su tarea preferida y el centro de sus desvelos. Con ilusión y profundidad hizo a sus religiosas educadoras, catequistas, evangelizadoras, es decir, sembradoras del amor de Dios Padre y de la Providencia, que cuida de las flores y de los pájaros del campo